lunes, septiembre 18, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (11): El rey ha muerto

 La URSS, y su puta madre
Casi todo está en Lenin
Buscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado


Trotsky se mostró en el congreso muy contrario a las tesis básicas de Lenin. Lev consideraba que agrandar el Comité, lejos de darle estabilidad, se la restaría. Propuso la formación de un Consejo del Partido formado por dos o tres docenas de personas, nada más. Este órgano controlaría al Comité Central y le transmitiría directrices. El congreso rechazó esta propuesta y adoptó la de Lenin de fusionar la Comisión del Comité Central y la Inspección de Trabajadores y Campesinos.

De la Carta de Lenin se hicieron cinco copias, guardadas en otros tantos sobres: una se la quedó el secretariado de propio Lenin; tres se las quedó Krupskaya; y una fue para el propio Lenin. María Volodicheva, bajo instrucciones de Lenin, escribió en los cinco sobres que sólo se podrían abrir por el propio Lenin o, tras su muerte, por Krupskaya; aunque Volodicheva no tuvo presencia de ánimo para escribir en el sobre “tras la muerte de Lenin”. Lo único que conoció Stalin fue la primera parte de la carta, cuando Lenin hablaba de un Comité Central de hasta un centenar de miembros sacados de “la gente”, como se dice hoy. Stalin adoptó la propuesta en su informe al congreso sin decir que era de Lenin.

Hay un factor importante que hemos de tener en cuenta: Lenin parece haber dirigido su carta al XII Congreso; pero nunca lo dijo ni lo escribió así. El XII Congreso abrió sus sesiones en abril de 1923, semanas después de que Vladimir Ilitch hubiese sufrido un ataque muy fuerte que lo dejó totalmente incapacitado. En esa situación, Lenin era reo de su propia decisión de haber ordenado que los cinco sobres no fuesen abiertos salvo por él, que ya no podía; o tras su muerte. No había manera real de que Krupskaya pudiese hacer llegar al congreso la palabra de su marido. Esto ha hecho pensar que algunos historiadores que, tal vez, el congreso al que se refiere Lenin en su carta pudiera no ser el de 1922, sino el siguiente, el XIII.

Lo que sí es evidente es que Stalin, tras marzo de 1923, una vez que conoció las noticias sobre el cercano final de Lenin, comenzó a dar pasos para engrandecer y consolidar su poder. Además, distanció sus contactos con Zinoviev y Kamenev, apenas se vio con Bukharin, y con Trotsky, la verdad, comenzó a funcionar como si no existiese.

Es importante entender, porque la marcha de los hechos podría llevar a confusiones, que en ese momento Zinoviev y Kamenev apostaban por Stalin, claramente, dentro de la dicotomía que formaba con Trotsky. Los dos ideólogos, en efecto, sentían que su futuro estaba mucho menos asegurado con el segundo que con el primero (cosa que no necesariamente tiene que ser mentira).

Trotsky estaba básicamente apoyado por un grupo de comunistas que había firmado la conocida como Plataforma de los 46, en la que había miembros conspicuos como Yevgueni Preobrazhensky, Pyatakov, Stanislav Kosior, Osinsky, Timofei Vladimirovitch Sapronov o Rafail Borisovitch Farbman, un obrero que había tomado su nombre Rafail como identidad revolucionaria. Los planeamientos de esta plataforma de izquierda revolucionaria eran notablemente autoritarios. Desde el IX Congreso (1920), Trotsky venía defendiendo la idea de que la fuerza laboral soviética debería ser militarizada. Sin embargo, en un retruécano que no se entiende muy bien (porque, en verdad, el trotskismo se entiende malamente), al mismo tiempo abogaba por mayores elementos de democracia dentro del Partido. El planteamiento de la izquierda era, pues, una curiosa mezcla, en la que se reclamaba más libertad para, en realidad, negársela al resto de ciudadanos.

El Partido Comunista soviético tenía que sobreponerse a la muerte de su gran líder y tenía, básicamente, dos posibles caminos que tomar para ello, siempre factor común “estoy interpretando las palabras y deseos de Lenin”; porque Lenin, en un efecto lógico de la presencia de su momia todo el día y toda la noche, se acabó convirtiendo en una especie de cronista evangélico cuyas palabras escritas eran el Catón para juzgarlo absolutamente todo.

El ala izquierda del comunismo soviético se basaba en dos conceptos: acelerar al máximo la industrialización de la Unión, mientras que se animaba un comunismo internacionalista destinado a alumbrar más revoluciones en otros países. Hay que recordar, en este sentido, que Lenin había considerado que el desarrollo de la revolución soviética en la URSS sólo podría ser posible, en el largo plazo, si dicha revolución se reproducía en alguno de los grandes países del área europea.

Por su parte, el ala derecha, sin cuestionar el objetivo mayor de la industrialización, interpretaba a Lenin más a la letra, propugnando una lenta evolución basada en la extensión del cooperativismo y la colectivización; mientras trataba de mantener buenas relaciones en el exterior a base de no remover el avispero. Nos encontramos, pues, ante algo así como un bolchevismo moderado, evolutivo más que revolucionario. Alexei Ivanovitch Rykov, el hombre que sucedió a Lenin al frente del Sovnarkom, es el más que probable inventor del motto de esta derecha soviética: el comunismo en un solo país. Rykov tenía, en los años veinte del siglo pasado, un gran colaborador llamado Nikolai Ivanovitch Bukharin, hombre de perfil intelectual que era el editor del Pravda y que, por ello, se convirtió en la principal fuente de inspiración de estos soviéticos blandos. Obviamente, ambas tendencias se enfrentaron pronto, con la izquierda acusando a la derecha de carecer de ambición o incluso de falta de valentía revolucionaria. Otro prominente conservador, el también georgiano Abel Safronovitch Yenukizde, llegó incluso a decir que, si Lenin hubiera vivido algún año más, sin duda habría corregido sus ideas iniciales acerca del internacionalismo revolucionario.

¿Qué hizo Stalin ante dicho enfrentamiento? Básicamente, su acercamiento al problema fue estratégico. Tras la muerte de Lenin, el enfrentamiento entre Stalin y Trotsky, el líder del ala izquierda, era cada vez más intenso; y por eso realizó lo que con el tiempo se vería era una mera alianza táctica con la derecha bolchevique. Aunque aventurarse en el pensamiento real y concreto de Stalin es siempre una labor un tanto peligrosa y condenada al fracaso, Stalin era, a mediados de los años veinte, uno más de los muchos bolcheviques que consideraban que Lenin había sido demasiado blando generando la NEP y, además, consideraban que la situación había cambiado lo suficiente como para poder ambicionar la construcción de un Estado socialista. Esto supone un cambio de enfoque radical, puesto que la maquinaria del cambio al socialismo había de dejar de ser la pura evolución pedagógica en la que había pensado Lenin, sino el uso coercitivo de los medios del Estado (en lo que también había pensado Lenin; porque, sí, Lenin se caracteriza, como ya te he dicho, por haber pensado una cosa y la contraria).

Stalin pensaba que la URSS tenía que avanzar en el socialismo a la mayor velocidad posible; y que eso quería decir que tenía que ser obligada a ello. Acerca del gran tema de debate del bolchevismo post leninista: la revolución internacional, terminó adoptando una postura intermedia, puesto que no pensaba, como los trotskistas, que la revolución internacional era fundamental para garantizar la supervivencia de la revolución soviética; pero sí consideraba que era necesaria para su consolidación. Además, se planteaba una diferencia fundamental, que es apreciable hasta hoy en día: mientras que Lenin y Trotsky creían que la siguiente revolución debía ocurrir en alguno de los países del mundo en la última fase del capitalismo (países muy desarrollados en los que se cumpliría, por así decirlo, la profecía marxista), Stalin adaptó su idea de la revolución internacional a su panrrusismo: la revolución debía alcanzar a los países y territorios vecinos de la propia Rusia. Por ello, opinaba que el futuro de la URSS se garantizaba si lograba tener vecinos fuertemente industrializados y asimismo bolcheviques. Se apartó claramente de la visión de la izquierda comunista, más literalmente leninista, al entender algo que Lenin no fue capaz de ver: que el mundo se dividiría en dos grandes polos, y que uno de ellos sería el mundo anglosajón, donde resultaba quimérico esperar la producción de una revolución de octubre. Por eso, Stalin dejó de confiar en la fuerza armada como medio para imponer la revolución en Occidente, y comenzó a pensar en la diplomacia y, sobre todo, en las labores de propaganda destinadas a aprovechar las debilidades de los países capitalistas. “Las luchas, conflictos y guerras entre nuestros enemigos son nuestro principal aliado”, dijo en 1925. Sin embargo, debía quedar claro que la URSS no podía convertirse en un “iniciador de conflictos”. “Nuestra bandera”, decía, “debe ser la de la paz; lo cual, sin embargo, no puede significar que, si la guerra empieza, nos quedemos cruzados de brazos”.

Octubre de 1923 se convertiría en una fecha fundamental para Trotsky. El día 8 de dicho mes, el revolucionario envió una carta a los miembros del Comité Central criticando el liderazgo del Partido. Ese mismo mes, un pleno combinado del Comité Central y de la Comisión Central de Control lo condenó, con sólo dos votos a favor y 114 en contra. Aquella votación no hizo sino oficializar una situación en el Partido que venía produciéndose, como poco, desde meses atrás. Sin fuerza en el Partido, Trotsky trató de jugar la carta del Ejército. Con la ayuda de Vladimir Alexandrovitch Antonov-Ovseyenko, viejo camarada suyo, y que era el jefe de la Administración Pólitica de Revvoensoviet, trató de usar a las Fuerzas Armadas para consolidar una posición de fuerza contra el Comité Central. Sin embargo, se encontró con que la mayoría de los mandos militares se posicionaron a favor del Partido, disciplinadamente. En enero de 1924, la XIII Conferencia del Partido volvió a condenar a Trotsky.

En el octubre que Trotsky decidió utilizar para hacer públicas las serias disensiones en el seno del Partido se produjo la última visita de Lenin a Moscú (si descontamos la que acabaría haciendo momificado, claro). Fue allí el día 18, y contra la opinión de sus médicos, probablemente porque estaba acojonado con lo que estaba viendo; y eso que apenas veía algo de lo que estaba pasando en realidad.

El tiempo había acabado por aflorar dos cosas que eran realmente negativas para Trotsky. La primera, que Lenin tenía razón cuando decía que pecaba de excesiva confianza en sí mismo, lo que le hacía no pensar las cosas dos veces y no pasar los deseos por el tamiz de la estrategia. Se puede decir, por ello, que casi cada pelea que Trotsky inició aquel año de 1923, y el siguiente, la inició en el peor momento para él; y ya os he dicho mil veces que el dominio de los tiempos es fundamental en política. La segunda cosa es que su popularidad, paradójicamente, le jugaba a la contra. Todo el mundo en la URSS conocía a Trotsky. Pero eso no quería decir otra cosa que todos los callos que había pisado Trotsky, y eran innúmeros, resultaban de conocimiento general. Trotsky, que nunca se había cortado al mostrar sus desavenencias con Lenin, caía mal. Stalin, sin embargo, tenía la ventaja de no caer de ninguna manera; era un personaje básicamente desconocido.

Trotsky, además, no tenía amigos en la cúpula soviética. Todos los demás estaban hasta el culo de sus desprecios y de su displicencia. Todo lo más que pudo tener, en Kamenev y en Zinoviev, fue aliados pragmáticos. Pero nadie le era fiel, porque él no le era fiel a nadie que no fuese él mismo.

Iosif Stalin había comenzado a trabajar en contra del liderazgo de Trotsky desde el ataque sufrido por Lenin en marzo de 1923. Comenzó a lanzar la idea de que su oponente era tan temerario y chulo que podía poner en peligro la revolución; y, la verdad, resulta difícil escribir “estoy de acuerdo con Stalin”; pero en esto, la verdad, yo, cuando menos, lo estoy. La reacción de Trotsky fue despreciativa; consideraba a Stalin un pequeño idiota, y eso se notaba bastante en la hemorragia de artículos y manifiestos que se dedicó a escribir criticándolo; fueron tantos, tan insistentes y en un tono tan sobrado, que le hizo grande como defensor de la unidad del comunismo. Cuanto más atacaba Trotsky a Stalin, más decía Stalin que Trotsky estaba atacando al Partido.

El 19 de enero de 1924, Kalinin se presentó ante el Politburo y le informó de que los médicos decían que Lenin sería capaz de regresar a un ritmo normal de trabajo. Había vuelto a andar, y se le leían habitualmente informes y esas cosas.

A mediados de ese mismo mes, abrió sus sesiones la XIII Conferencia del Partido; reunión que, como ya os he dicho, sirvió, sobre todo, para hacer evidente el aislamiento del trotskismo. El 19 y 20 de enero, Krupskaya le leyó a Lenin algunos trozos de los informes de la conferencia. Aparentemente, a Lenin lo que le contaron le puso bastante nervioso, a pesar de que su mujer le dijo que las resoluciones se habían aprobado por unanimidad. Pero el tema era serio: Zinoviev y Kamenev habían propuesto la expulsión de Trotsky de Politburo y del Comité Central.

El día 21, yo siempre he pensado que ante la tensión que le generó entender que la escisión que temía estaba ahí, ahí mismo, la salud de Lenin se deterioró a toda velocidad. A las siete menos diez de la madrugada, la roscó. Nunca se ha explicado convincentemente por qué Trotsky, que de todas formas estaba en el sur de Rusia, no lejos pues, no estuvo en el funeral.

En la noche del 22 se convocó un pleno del Comité Central para tratar de todos los temas funerarios. El día 27, el cuerpo de Lenin estaba en ya en el mausoleo de la Plaza Roja. Los funerales propiamente dichos fueron en un teatro Bolshoi forrado de negro.

Antes de seguir el relato de los hechos, es decir la sucesión de Lenin propiamente dicha, contemos un episodio que tiene su cierta enjundia: la odisea que viviría el cerebro de Vladimir Illitch Lenin tras su muerte.

2 comentarios:

  1. Felicidades por la serie que estoy leyendo poco a poco.
    Hay algo que no entiendo.
    Stalin se acercó por motivos tácticos al ala derecha. Obvio si había que imponerse a Trosky pero no veo ese acercamiento pues haces hincapié en la crítica de Stalin a la NEP que supongo defendería esa ala derecha.
    Gracias.

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    1. Lo que conocemos como "ala derecha" (que es una forma de hablar; como cuando hablamos de talibanes moderados) no lo era por defender la NEP, sino por defender algo así como la colectivización agraria con derechos y un calendario a largo plazo. La NEP murió por sí sola, entre otras cosas, porque tampoco funcionó tan bien como a veces se escribe.

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